Históricamente, en Cataluña, los pueblos y ciudades han integrado la naturaleza a través de la producción agrícola de proximidad y la relación honesta con el territorio de su entorno. Pero con el proceso de crecimiento y concentración urbana (que se acelera con la industrialización) la naturaleza se va perdiendo como referente en los entornos urbanos. Crecimientos rápidos y descontrolados, preeminencia del coche… Todo ello se une a un proceso de degradación medioambiental generalizada que llega a su punto más preocupante en las últimas décadas del siglo pasado, cuando también se comienza a despertar una profunda conciencia ecológica en la sociedad catalana.